
Hacia el principio de la vida adulta la muchacha de quince años observa impaciente el futuro, frente a ella se alza amenazante un viejo y quiñado espejo entre cuyos esguinces surge el reflejo de ella; la piel brillante como luz de estrella y los cráteres rojos llenos de crema blanca nacen amenazantes en la frente clara. La niña del reflejo llora, no por la infamia de la joven belleza mancillada por las desventuras hormonales sino por la pérdida de una parte de su vida.
Fuera en algún infame salón velatorio en medio del caos de una ciudad anónima se esconde en una caja de roble el cuerpo que lleva consigo las esperanzas de la niña.
Una crisis psicótica, la falta de sueño y la lejanía de un amor negado por las inclemencias naturales de la vida y la muerte sumergen a la pequeña protagonista en un mar de suspensión continua, cuyos efectos alucinógenos no son más que la consecuencia obvia de un dolor incapaz de resignarse a desaparecer.
Actualmente la joven escritora aún es incapaz de sentarse y meditar sobre las causas de una maldición que duro varios años con ella: la hoja en blanco. Esta al igual que cualquier otro padecimiento psiquiátrico resultaría insalvable a no ser por una intervención necesaria y ante todo drástica: sentarse y escribir.
Y es que muchas veces los escritores más apasionados asocian la estabilidad emocional con grandes y fructíferas rachas que les permiten llenar sus hojas en blanco de mundos ficcionales completos y satisfactorios. Sin embargo, al igual que la niña esta estabilidad está sujeta a grandes cambios, por lo tanto, en ciertas ocasiones llamadas vida esta puede variar al punto de desaparecer y es aquí cuando nos preguntamos: ¿qué es lo que deberíamos hacer ante un bloqueo creativo asociado a una gran tristeza? ¿Deberíamos utilizar la escritura como una suerte de terapia de desahogo? La respuesta es, sin lugar a duda, tal vez.
La escritura ficcional no debería llevar como estandarte el sello del sentimentalismo, pues el texto es en sí mismo es un universo aparte, y como tal, cuenta con su propio drama humano, drama que no debería ser alterado por el de nuestra realidad concreta. Por lo mismo cuando el autor se encuentra devastado por un tsunami emocional insalvable lo mejor es tomarse unas vacaciones de la escritura, olvidar por un instante quién eres y hacia dónde vas. En este punto es necesario reflexionar si vale la pena seguir en el oficio de la escritura y si este nos llena y nos hace felices. Si la respuesta es sí, lo primero que debemos hacer es sentarnos en el escritorio más cercano y ponernos a escribir hasta terminar de borrar la línea que separa nuestros glúteos.
Personalmente no creo que la escritura como oficio posea la responsabilidad de fungir como terapeuta gratuito, sin embargo, no vamos a negar que muchas de las grandes obras literarias cuentan con una carga emocional innegable y sumamente rica. Aclaro que esto no quiere decir que los autores al descargarse emocionalmente sobre su obra vayan a conseguir la paz que necesitan.
Por lo tanto, si te sientes triste y decaído lo mejor es que dejes de preocuparte por cosas como tu carrera en la escritura pues si no posees ganas y fuerza no es necesario que escribas por ahora, los pasatiempos son precisamente eso; formas de pasar el tiempo. Regresa al oficio cuando sientas que debas hacerlo y ante todo no olvides que los muertos se van al pozo y los vivos inevitablemente al gozo.
Deseándoles siempre grandes aventuras literarias me despido.
C.O.B.
Estuve a punto de dejar de leer cuando leí: "¿qué es lo que deberíamos hacer ante un bloqueo creativo asociado a una gran tristeza? ¿Deberíamos utilizar la escritura como una suerte de terapia de desahogo? La respuesta es, sin lugar a duda, tal vez. La escritura ficcional no debería llevar como estandarte el sello del sentimentalismo, pues el texto es en sí mismo es un universo aparte, y como tal, cuenta con su propio drama humano, drama que no debería ser alterado por el de nuestra realidad concreta."
Juro por los Dioses de Natural que estuve a punto de cerrar la pagina, pero dije, «No, Vaquita, ¿recuerdas cuando uno de los jueces de tu trabajo se fue a mitad de…