
Una de las cosas más molestas a la hora de leer es ser consciente de estar leyendo un producto fabricado; no poder hacer suspensión de la realidad porque el producto tiene defectos que es imposible pasar por alto.
A modo de ejemplo, el problema en una obra no es que en cierto momento aparezca un hipopótamo jugando a las cartas; es que si la obra nunca planteó la posibilidad de que los hipopótamos pueden jugar a las cartas, naturalmente al momento de suceder el lector siente que se están burlando en su cara.
Sembrar no significa arrojar a las páginas todo lo que se te ocurrió para justificar cualquier cosa que pase después; es sobre tener un riel por el que desplazarte mientras escribes, que te permite dejar pistas o elementos relacionados con lo que va a suceder en el futuro, de modo que cuando se resuelva una determinada situación, todo tenga sentido.

A modo de ejemplo, una siembra mal hecha sería mostrar que el protagonista tenga en su poder una caja, pero nunca hacer referencia a qué puede tener en su interior. Al momento del clímax de la obra, el personaje abre la caja y de ella sale un objeto que le permite solucionar el conflicto; esto está mal porque el personaje no sabía qué era lo que iba a pasar, de modo que el contenido de la caja es un deus ex machina para salvar la situación.
Esta siembra sería correcta si viéramos el contenido de la caja en un principio, pero sin contexto; al saber qué tiene, en el momento de cosechar se le puede dar un sentido metafórico que permite al personaje enfrentar aquel conflicto imprevisto, en vez de resolverlo con magia.
Al sembrar y cosechar correctamente haces que el lector se sienta conectado con la obra y que el tiempo empleado en leer sirvió de algo, pues cada detalle está ahí con un fin, y las explicaciones tienen sentido.
Nos encontramos en el siguiente capítulo: Las frases típicas
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